[fotografías: Rafael Del Barrio]
Más de 2,3 millones de personas visitan cada día las farmacias comunitarias españolas, según el Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos. Un dato indicativo de que a menudo el farmacéutico se convierte en el profesional sanitario más próximo a la población. Su figura se ha demostrado imprescindible en la crisis sanitaria desencadenada por el coronavirus, y pese a ello raras veces se reconoce de forma pública. Por eso hemos querido hablar con uno de estos profesionales, el farmacéutico comunitario Cristóbal Abrio, de la oficina de farmacia Federico Mayo 23 (ubicada en esta calle de Huelva), sobre su experiencia desde la llegada de la pandemia, los determinantes sociales de la salud que observan a diario y otros temas de interés para La salud está en tu mano. A sus 26 años y como voluntario de Farmamundi, Cristóbal ofrece una visión madura, perspicaz y necesaria de la realidad sanitaria «a pie de mostrador».
Pregunta: Explícanos cuál es vuestra función principal como farmacia comunitaria.
Cristóbal Abrio: Desde mi entrada, hace año y medio, hemos empezado un proceso de transformación de una farmacia convencional que se basaba en la simple dispensación de medicamentos a una farmacia comunitaria, que se centra más en el paciente, la persona. Hacemos todo lo que necesiten: seguimiento farmacoterapéutico de tratamientos, de parámetros, peso y tensión, sistemas de dosificación de medicamentos para personas mayores, deshabituación tabáquica… El objetivo es que quienes usen medicamentos sepan cómo usarlos para obtener el mayor beneficio con los menos riesgos posibles.
P: En este sentido, tendréis que coordinaros de forma constante con el sistema sociosanitario. ¿Qué le aportáis a través de vuestra acción diaria?
La farmacia comunitaria representa una herramienta para colaborar con otro personal sanitario, como pueden ser profesionales de medicina o enfermería. En muchos casos el personal médico, debido a la sobrecarga de trabajo y atenciones, apenas dispone de cinco minutos para cada paciente. Aquí en la farmacia tenemos a gente que viene todos los días, les conocemos del barrio y necesitan que podamos pararnos a hablar con ellas y ellos tranquilamente, ya sea en consulta o de manera informal. Al final acabas conociendo a toda su familia, y esa cercanía facilita el seguimiento.
P: Una parte importante de vuestra labor es educar a los usuarios, ¿qué tipo de campañas lleváis a cabo y por qué vías?
CA: Hacemos mucha educación sanitaria en cualquier ámbito, lo que por ejemplo ha sido clave durante esta crisis de la COVID-19. Pero también hace unos meses con la listeriosis, que provocó mucho miedo entre la población. O cada noviembre durante la semana de la diabetes, hacemos campañas de concienciación sobre esta enfermedad, realizando miniestudios a personas en situación de riesgo. El trato personalizado, a pie de mostrador, siempre es más efectivo para educar, pero las redes sociales nos permiten llegar a mucha más gente. Sobre todo a pacientes jóvenes, que no suelen pasar tanto por la farmacia y a quienes podemos ofrecerles información sobre temas sensibles como el VIH. Aunque, al mismo tiempo, estos canales digitales no son tan accesibles para las personas mayores. Buscamos el equilibrio entre ambas vías.
P: Vuestros clientes son en realidad pacientes derivados. ¿Cómo es vuestra relación con ellas y ellos y qué cuestiones tenéis en cuenta para acompañarles en el tratamiento?
CA: A mí algo que siempre me ha llamado la atención desde que empecé la carrera es la humanización de la medicina, que se convierta en una cuestión menos protocolaria donde, por ejemplo, tratar la hipertensión sea algo más que seguir un proceso A, y si falla el B, y si no el C… La realidad es que cada persona tiene sus necesidades y sus determinantes sociales, así que para que esto tenga un impacto en la salud, debes verlo de forma global. No podemos pasar por alto los condicionantes socioeconómicos y culturales de cada paciente, hay que adaptar la atención a su realidad tanto intrínseca como circunstancial.
«Aquí en la farmacia tenemos a gente que viene todos los días, necesitan que podamos pararnos a hablar con ellas y ellos tranquilamente, ya sea en consulta o de manera informal»
P: ¿Crees que la formación reglada que recibiste en la universidad está lo suficientemente alineada y enfocada en relación al derecho a la salud global?
CA: En el grado de Farmacia no encuentras asignaturas que te acerquen a ese tipo de contenidos. Mi experiencia es que depende del personal docente y su interés, pero no hay un plan académico que los recoja; la única opción es recurrir a enseñanzas extracurriculares. Creo que en la educación reglada faltan competencias transversales, que deberían estar mucho más integradas en las carreras universitarias, como en este caso la del derecho a la salud. En el ámbito sanitario, como en otros muchos, se han de tener en cuenta todas las implicaciones sociales de este servicio público y los contextos posibles en los que un profesional va a acabar ejerciendo su labor.
P: ¿Ha cambiado mucho vuestra rutina desde la llegada del coronavirus? Cuéntanos cómo habéis vivido la evolución de esta crisis sanitaria.
CA: Es complicado resumir estos meses porque ha sido una realidad muy cambiante y dinámica. Cuanto esto empezó a crecer y nos vimos con el virus encima, percibíamos muchísimo miedo y tensión, sobre todo por el gran desconocimiento que había de la enfermedad. Ni siquiera nosotros sabíamos si estábamos expuestos o si estaríamos exponiendo a quienes venían a la farmacia. Aparte del lógico proceso de adaptación y seguimiento de protocolos, que ha sido complicado, se han delegado muchas funciones en las farmacias, como la dispensación de medicamentos hospitalarios (para evitar los desplazamientos de pacientes crónicos) o a domicilio en el caso de personas mayores, que tenemos muchas.
P: Para manteneros informados durante este tiempo, ¿habéis estado en contacto con el Servicio Nacional de Salud?
CA: Sí, hemos seguido de cerca los pasos que daban tanto el Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos como el Ministerio de Sanidad y la Consejería de Salud. Sobre todo para ofrecer un mensaje unificado desde la base científica, que compensara las confusiones provocadas por la sobreinformación que nos llegaba diariamente de los medios de comunicación. Cada vez que saltaba un bulo, nos repercutía de forma directa: venía gente que no podía dormir, con crisis nerviosas… eso también ha formado parte de la crisis de salud motivada por el coronavirus.
«Pese a estar en contacto con muchas personas enfermas a diario, no se nos ha reconocido en ningún momento como personal sanitario a lo largo de esta crisis»
P: ¿Cómo percibes el papel de las organizaciones sociales de salud en esta crisis sanitaria?
CA: Ha sido y sigue siendo vital, porque aunque digan que esto afecta por igual a todas las personas, no es así para nada. Al fin y al cabo, las personas más vulnerables son las que han estado más acechadas por el virus y por la situación socioeconómica que todo esto ha generado en tan corto plazo de tiempo. Este vuelco de un día para otro, en el que de pronto se ha hecho necesario que nos encerrásemos en casa, ha afectado muchísimo a esa gente que prácticamente no tiene dónde meterse y al final vive en la calle. Estas entidades y quienes trabajan en ellas son fundamentales para que esas personas sigan siendo atendidas y conserven unos mínimos recursos para llevar una vida digna. Hay que reconocer esa labor que en ocasiones se olvida y que hemos visto de cerca en esta crisis: la tensión de estas circunstancias difíciles hasta se les notaba en la cara, pero han hecho un trabajo increíble.
P: En este contexto de riesgo con el que habéis convivido día a día desde el sector farmacéutico, ¿os habéis sentido valorados, protegidos y visibilizados suficientemente?
CA: Por un lado, el hecho de que nos hayan dado ciertas competencias, como decía antes, sí me ha parecido positivo porque significa que se confía en nuestra capacidad. Por otro y pese a estar en contacto con muchas personas enfermas, no se nos ha reconocido en ningún momento como personal sanitario. En la farmacia me he sentido protegido porque nos hemos empeñado en tomar precauciones contra el contagio, pero creo que sí se nos debería tener más en cuenta en el futuro porque hemos estado al pie del cañón.